- Señorita, ¿Esta esperando a alguien más? ¿ Desea que le ofrezca algo de beber?
- Si por favor, mi acompañante esta en camino. ¿Quizás me pueda servir una copa de vino, por favor?
- Por supuesto Señorita, a la orden.
- Disculpe, señor, podría traerme lápiz y papel?
- A la orden, señorita.
Escribir era todo lo que Melancolía necesitaba para no sentirse sola. Le parecía curioso que detestara escribir correos en el trabajo y que al mismo tiempo disfrutara de escribir cada vez que tenía un momento a solas. Descubrió que con la escritura nunca se sentiría sola de nuevo, su imaginación siempre le sería compañía.
Estaba por comenzar el segundo párrafo de su relato cuando se preguntó cuánto más le tomaría dejar a Lisbeth. Sus sentimientos hacia ella habían recorrido un carrusel de emociones que fueron del deseo al hartazgo pasando por el agradecimiento, cariño y decepción. En realidad quería que funcionara , no por Lisbeth, si no porque no estaba segura de poder superar otro fracaso en el amor.
Sentada en medio del restaurante, con lápiz y papel en mano, proyectó en su mente sus próximos minutos: Definitivamente Liss no la dejará plantada, Lisbeth siempre llegaba tarde con una excelente explicación que justificara su falta de respeto, seguramente una tragedia griega con lujo de detalles asociado a sus múltiples compromisos laborales.
Cerro los ojos antes de alterarse de antemano y decidió que, si de terminar esa relación se trataba, esa no sería la noche. Después de una semana terrible realmente necesitaba de buen sexo y Lisbeth era excelente en la cama, en el sofá y sobre el piso de la cocina. Así que respiró profundo, puso en sus labios una sonrisa y se dispuso a disfrutar de la cena más costosa de la semana. Finalmente era un pésimo momento para volver a estar sola, ella le encontraría el sentido a esa relación si fuera necesario.
Lisbeth llegó minutos más tarde, junto con la copa de vino.
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